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Sosiego

 

Las burbujas se dispersaron por la habitación, distanciándose de aquel hombre que las observaba mientras sus pensamientos flotaban junto a ellas, vagando libremente.

Mientras se recostaba en su cama, sin dejar de lado aquellas burbujas que ocasionaban que su cabeza diera mil vueltas, logrando que su percepción por la vida cambiara drásticamente.

Se preguntaba que se sentiría ser una de aquellas burbujas, circulando libremente por el lugar, por aquella habitación, sin dirección alguna, complicación o preocupación que cambiara su rumbo, con ayuda del viento, un simple soplo o una brisa, podrían terminar en cualquier lugar o simplemente reventar sin razón alguna.

<<Así es la vida>> pensó, <<las circunstancias te llevan en cierta dirección, sin conseguir regresar bajo su propia voluntad, pero de un momento a otro explotar y te ves caído sin hallar la manera de levantarte>>

 

Escrito de Laura Natalia Merchan 11 A

 

 

 

 

NUESTRAS CAMISAS, SU DOLOR.

 

 

En cierta ocasión, cuando fui a viajar por Asia Meridional; en términos más claros: India, Pakistán, Nepal y Bangladesh, en éste último tuve la curiosidad de conocer más allá a las personas y más que a los demás quería saber las historias de las mujeres de aquella región en Bangladesh. Fue ahí donde conocí a Shila.

Shila es una mujer de un pequeño y pobre pueblo en Bangladesh. Tiene alrededor de veinticuatro o veinticinco años; digo alrededor, ya que, ella nunca supo su fecha de nacimiento. Por esto mismo, se siente “suertuda” de no celebrar su cumpleaños, por lo que para ella celebrar un cumpleaños es demasiado caro.

Shila si sabía que nació en un pueblo, donde su padre cultivaba; lo que no alcanzaba para dar de comer a la familia. También sabía que su madre se murió cuando ella tenía tres o cuatro años. Después de esto, se fue a vivir con su tía, su padre y su nueva esposa, su hermana mayor y su marido. Allí cuando tenía nueve o diez años, Shila empezó a ir a la escuela, pero meses después se salió, ya que tuvo que ayudar con las tareas domésticas.

Un día en el mercado, había un vendedor que no dejaba de mirarla, él se le acercó y le dijo que quería casarse con ella. Él tenía alrededor de diecisiete años y ella solo once o doce; y más con esta edad ella no entendía nada acerca de la palabra “matrimonio”.  Pero su familia aceptó la propuesta y desde entonces su vida se aceleró.

Meses después de su primera regla, ya tenía una hija y un marido que abusaba tanto físicamente como psicológicamente de ella. Unos años más tarde, su segundo hijo y los golpes que seguían, aumentaban. Hasta que no soporto más; necesitaba acabar con todo eso. Su madrastra le dijo que su única oportunidad era dejar a los niños con ella e irse a trabajar a la ciudad. Ella tenía razón.

Cuando llego a la ciudad, se asustó mucho; no sabía, n o entendía nada acerca de este “nuevo mundo”. A los pocos días consiguió trabajo en una fábrica de ropa. Le pagaban unos treinta dólares al mes, por jornadas de diez  o doce horas, seis días por semana; pero no tenía otra salida.

Cuando yo la encontré vivía de eso, comía casi siempre y podía mandar a su hija mayor a una escuela religiosa. A pesar de que Shila es muy creyente dijo esto: “Alá escribió ese destino para mí, así que yo debería merecerlo. Para que haya personas felices, algunos tenemos que ser infelices. Y a mí me toco no tener nada, ni dinero, ni educación”

Gracias a la explotación de millones de mujeres como Shila; Bangladesh se ha convertido en un país exportador mundial de ropa y por esto, los alegres compradores occidentales podemos comprar cada vez más ropa y llevar sobre nuestros cuerpos su dolor.

Shila lamentablemente debe seguir allí. Yo la recuerdo cada vez que veo una de esas fábricas llenas de trabajadoras, sin las menores condiciones de seguridad. A veces envío cartas o algo de dinero a Shila para ayudarla y saber de ella.

Ahora, cada vez que veo una prenda “Made in Bangladesh”, pienso en la marca de la infamia y la degradación hacia la mujer.

 

CAMILA ANDREA BUSTOS MUÑOZ

11° A

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